Abrí mis alas para partir tan pronto como llegué a aquella ciudad maldita en la que pasé el mejor período de mi vida, tan efímero como dos miradas que se cruzan en el gentío, como las nuestras en aquella estación, la que fue para mí el madero al que mi vida se aferró.
No fuiste tú el culpable, fui yo tal vez. Porque sólo con verte supe que no te podría tener. Me pregunto ahora que fue aquello que pensé, para olvidar mi sensate

Pero si no fue nuestra culpa, ¿de quién fue? A veces pienso que el delito lo cometió París, tan hermosa ciudad como era, abría heridas cuando hablaba ante nosotros, cuando nos llenaba el alma de luz y mariposas que lo invadían todo. París, tu musa, la que me vio florecer y también desfallecer.
Aquel pasado abrió una brecha en mí que aún no he sabido curar. No sé por qué, siento que te estoy traicionando a cada momento que no pienso en ti, es algo que no alcanzo a explicar. Pero luego caigo en la cuenta de que tú, que eres un cazador de historias, que usas la mentira para vencer al engaño y transmitir una verdad que está prohibida, nunca reparaste en mí cuando escribías, nunca dedicaste tu obra a mi inicial. Por eso nunca quise decirte cuánto adoraba aquellos mundos que creabas. Fue a través de ellos cómo te conocí, así reconstruí al niño que habías sido, del que tanto me hablaron, al que conocí y al que hoy no encuentro por ningún rincón.
Puedo decir que soy un espectro, soy aquel pasado que me hiciste vivir. Lo que tu eras es lo que soy y no puedo hacer nada para no volverte a perder una y otra vez en cualquier amanecer.
Cuando lo mejor de tu vida quedó atrás, ¿qué hacer? Sólo me queda cuidarte para toda la vida y quererte a través de tus escritos, así, en la distancia, aunque duelas igual. A cambio sólo te pido: recuérdame, aunque sea sin querer.
Alice
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