Ella contestó que quería escapar, ser alguien diferente... Que el universo se ensanchara ante ella como un lienzo de astros que custodian la noche silenciosamente, inmóviles.
Repetidamente compartía con su alma el anhelo por aquella dulce fantasía, que cada madrugada se encontraba en sueños, tan vívidos y a la vez tan lejanos, que le dolía cuando se encontraba de nuevo con los ojos encendidos por un nuevo día. Como le ocurría a Hemingway, su mundo se desmoronaba cuando estaba despierta y tenía que enfrentarse a su cobardía.
Para ella, incluso el tiempo había perdido su atractivo, no echaba de menos, no sentía. Obsesionada cada instante con sus ideas imaginativas acerca de una vida que no era la suya, una existencia ajena a este mundo y a lo que la rodeaba, sin saber que estaba cerca suya lo que más quería.
Pero tras mucho sacrificio, apareció aquella ensoñación suya al mirarse al espejo con los ojos bien abiertos, y la fortaleza de una ciudadela antigua. Vaporoso vestuario, actitud seria pero comprometida. Subió al escenario. Como siempre, estaba sola, pero en su interior, más acompañada que nunca, no por un remolino de nervios que hacía temblar su esencia, sino por una quimera que asimilaba todavía.
Puede que pareciese frágil, pero su mirada afilada no mentía, ni su silueta vacilaba al trenzar la vereda de su melodía, casi sin esfuerzo danzaba y hechizaba a cualquier criatura. Ahora su mente estaba absorta de aquellas miles de pupilas que habían comprado su entrada, sus sentidos funcionaban al margen de lo que palpaban. Había conseguido lo que tanto quería, convertirse en quien no era, un errante espíritu sin dueño, un navío sin faro, un mundo sin luminiscencia.
Fue entonces, al verle en la primera fila, cuando abruptamente se dio cuenta, de que había sido ella misma todo el tiempo. Se alarmó al notar que no era fingir lo que ambicionaba, sino el escenario y el apoyo de su fiel conocido. Puede que su corazón estuviese roto, pero su piel relucía como la mejor perla del cofre de un tesoro y su esencia florecía como si fuese el mes de abril, y no el frío octubre. Ya no interpretaba un papel, ahora era ella quién se lucía.
Entre cómplices miradas, acabó la función tal y cómo debía, si la perfección existiera, no sería muy distinta a ella volando al son de aquel ballet. Él no había dudado ni por un momento que aquello ocurriría.
Alice