Me gusta pensar en
ti los lunes por la tarde. Sobre todo cuando hace frío, me imagino que
volvemos a la tierra que nos vio crecer, a los callejones que nos dieron
cobijo en primavera, al mar que nos acompañaba las noches de luna
llena, y a la farola de la esquina de tu calle empedrada, que nos
alumbraba el alma las noches sin luna.
Me gusta pensar en
ti tal y como te dejé marchar, para así tener de ti aquella eterna
imagen del niño al que solía conocer, con el que solía soñar. Al fin y
al cabo eras un niño despistado que me robó el entendimiento. Y eso lo
puedo demostrar a cualquiera, tan despistado eras que te dejaste aquel
libro tuyo de novela negra en el escritorio de mi cuarto, y yo, como la
razón me la has robado y parece ser que aún la conservas, lo he dejado
allí intacto, después de tantos años, con tu marcapáginas en blanco y
negro señalando la página ciento treinta y cuatro.
Quizá me gustabas
porque eras uno de esos hombres tristes, misteriosos que a las chicas
resultan tan atrayentes. Sí, tal vez fuera por eso, por tu pasión por la
fotografía o tu forma de suspirar. Tus prisas para llegar puntual a mi
obra de teatro. Tu sosiego mientras te sentabas en la segunda fila, a la
vez que nos mirábamos sin parpadear.
Será por eso que
te dejé marchar. Porque no soportaba que alguien me obstruyera tanto. En
el fondo bien sabías que yo era de esas chicas que prefieren tener el
control sobre sí mismas, de las que prefieren que alguien le mantenga
los pies en el suelo.
¡Y es que tu me hacías volar!
Alice
No hay comentarios:
Publicar un comentario