martes, 21 de julio de 2015

Malena y el tango

La recordaría siempre como la luna, caprichosa y cambiante.
No olvidaría las noches de sonámbulos en Buenos Aires, allí cantaba Malena su tango, frío como el paciente cosmos que se alzaba a lo lejos. Se veía aquel astro a través de la ventana, que se mecía ante el frescor de aquellas noches, sus pálidas cortinas bailaban el baile de arrabal con suma delicadeza y Argentina suspiraba su nostalgia con parsimonia. 
El salón estaba únicamente iluminado por ella, y mientras él observaba los destellos de luna, Malena desgarraba su voz al ritmo del bandoneón, que como cada noche sonaba en el café de la esquina.
El gato la miraba, a ella, a la luna, que con añoranza buscaba los felinos allí en los tejados y en las azoteas. La plata esférica los echaba de menos, y hacía unos días en Buenos Aires no se dejaba ver, cansada de tanto buscarlos se ocultó entre la espesa niebla que flotaba sobre la ciudad. 
La noche a la luna la entendía, como aún añoraba al sol, quizá porque era su antagónico compañero, y casi nunca lo veía. Y a veces todos necesitamos un poco de combustión. Porque a la luna le daba igual quemarse como el fuego lento poco a poco con aquella pasión, en la que a veces, sólo algunas veces, se fundía convirtiéndose ambos luceros en uno, y a todos los mortales nos privaban de cualquier atisbo de luz durante aquellos instantes en que el día se cubre de sombras y misterio.
Luego volvía a mostrarse triste la luna, y se reconfortaba observando a los felinos trasnochar. Tan caprichosa como Malena era la luna, tan nívea, tan distante, tan triste e incierta. Tan efímera era que en aquel instante dejó de cantar, se acercó lentamente a acariciar al gato, y como aquel gato y aquel desconocido sentado en su sillón, miró a la luna fijamente, suspirando de pena por aquel pasado suyo, que aquel extraño nunca llegaría a saber.

Alice

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